EEUU ha declarado de forma oficial el fin de la guerra en Irak tras nueve años de la invasión que expulsó del poder a Sadam Husein. “Éste es un país independiente, libre y soberano”, ha afirmado el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta.
La ceremonia de arriada de la bandera de EEUU fue celebrada ayer en Bagdad, dos semanas antes de la retirada completa de los 4.000 militares estadounidenses aún presentes en el país, prevista para el 31 de diciembre.
“Después de toda la sangre derramada, el objetivo de que Irak se gobierne a sí mismo y sea capaz de garantizar la seguridad se ha cumplido”, dijo Panetta. El país, sin embargo, aún tiene que hacer frente a la insurgencia más débil pero todavía peligrosa, tensiones sectarias e inestabilidad política.
Respuestas. A la pregunta de qué huella han dejado los estadounidenses en este tiempo, la mayoría de los iraquíes responden con una mirada de perplejidad. La inseguridad y la destrucción del paisaje urbano son lo primero que les viene a la mente.
Ninguno de los entrevistados menciona de entrada la democracia, la libertad o el consumismo que se desató con la apertura de las fronteras. Hay que insistir un poco para que reconozcan algunos cambios que llegaron de la mano de la invasión, pero no parece que la cultura americana haya calado muy hondo.
El desempleo es, junto a la inseguridad y la falta de electricidad, y agua potable, el mayor agujero negro que dejan tras de sí los ocupantes. Al menos, lo que más afecta a los iraquíes de a pie.
Aunque la economía ha experimentado un despegue, es totalmente dependiente de las exportaciones de petróleo. Un reciente informe de la ONU cifra en un 15% el número de parados. Sin embargo, analistas independientes duplican esa cifra, al estimar que esconde mucho subempleo. Además, el 85% de la población activa trabaja en el sector público, repartida 40% en la industria del petróleo, 40% en la seguridad, y el 5% restante en la Administración.
Ni funcionarios iraquíes ni diplomáticos extranjeros son capaces de explicar por qué tras nueve años de ocupación el país aún no produce ni suficiente electricidad ni agua potable. El ruido de los generadores es, como la ubicua presencia de los soldados o los muros de hormigón que rodean los edificios, un recordatorio más de que Bagdad sigue siendo una ciudad en estado de excepción.
Los iraquíes sueñan con la normalidad y la retirada de las tropas estadounidenses es un primer paso en esa dirección. Sin embargo, para muchos el odio a los ocupantes está siendo reemplazado por un creciente temor a la arbitrariedad de sus propios compatriotas.
De ahí que entre quienes más lamentan su salida se encuentren los árabes suníes, la comunidad que más se opuso a su presencia, pero también otras minorías. El presidente de EEUU, Barack Obama, ha asegurado al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, que Washington seguirá siendo un socio leal, tras el fin de la misión.
La caída de Sadam permitió que los chiíes ocuparan puestos de poder después de haber estado oprimidos durante las décadas en las que gobernó el partido Baaz (el del exdictador), pero actualmente Irak sigue siendo un país dividido. Incluso el Gobierno de coalición de Al Maliki, liderado por chiíes, está paralizado porque sus integrantes suelen adoptar posturas distintas según la comunidad a la que pertenecen y en muchas cuestiones no logran ponerse de acuerdo. Se supone que algunas tropas de EEUU iban a ayudar en la transición, pero no hubo acuerdo.
Un argumento falso
EEUU cierra con su salida de Irak una guerra impopular, cara y que ha causado más de 100 mil muertos, pese a que persiste el temor a un vacío de poder, al resurgir de la violencia o a una mayor influencia de Irán en la región.
Iniciada en marzo de 2003 por el entonces presidente George W. Bush con el argumento —que acabó resultando falso— de que el Gobierno de Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva y nexos con los extremistas de la red terrorista Al Qaeda, la guerra se dará por concluida el 31 de diciembre
Ante la incapacidad de probar sus acusaciones contra Husein, Bush reformuló su estrategia y vendió la guerra como necesaria para “llevar la democracia a Oriente Medio”, como recordó ayer The New York Times.
En sus casi nueve años de duración, la guerra nunca ha sido bien vista por la mayoría de los estadounidenses. Tres de cada cuatro respaldan la retirada, según sondeos recientes. Además del alto costo económico para EEUU, cifrado en cerca de $us 800 mil millones, han muerto más de 100 mil civiles.
El convenio firmado entre EEUU e Irak sobre la retirada establece que unos pocos cientos de militares y civiles del Pentágono seguirán trabajando asociados a la embajada en Bagdad más allá del 31 de diciembre para entrenar y formar a las fuerzas armadas locales. También está abierta la puerta para negociar en 2012 una fórmula para permitir que militares de EEUU vuelvan a Irak.
La Razón

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