Noticias de Bolivia,6 de abril 2014

Emiliana Carlo se seca el sudor de la frente con la manga de la blusa para no mancharse con yeso. Son las 19.00, ya ha caído la noche y sus manos machacadas y desprovistas de guantes llevan trabajando en la obra desde las ocho de la mañana. La gente que pasa por la avenida Brasil del barrio de Miraflores no repara en ella ni en la historia que hay detrás de una de tantas mujeres albañiles que trabajan desde que sale el sol en las calles de La Paz.  

Emiliana no deja de mezclar agua y estuco en una carretilla mientras narra su vida. Hace nueve años lo que pretendía ser un fin de semana tranquilo en el campo con su familia se transformó en pesadilla. Un rayo mató a su marido dejándola sola al cuidado de sus seis hijos y de otro que venía en camino. “No tuve más remedio que ponerme a trabajar”. Decidió cambiar su vida en el campo por la caótica La Paz. Probó suerte en una panadería y después en la cocina de una guardería, pero no eran trabajos para ella.  

“Me siento más cómoda como albañil, gano más dinero para las wawas”. Sesenta bolivianos al día, de lunes a sábado, son los encargados, junto con los malabares de Emiliana, de alimentar, vestir y pagar estudios a sus siete hijos. “Tengo cinco mujeres y dos varones, el mayor tiene 22 años, el pequeño nueve y todos están estudiando”. Lo más duro para ella son las horas que pasa al día alejada de sus hijos. “Es duro señorita, es pesado este trabajo”. Emiliana sonríe a pesar del cansancio. Disfruta de su trabajo y de poder llevar el sustento a casa.  

“Siempre me he sentido orgullosa, todas mis amigas me han dicho siempre que soy muy valiente, pero yo lo hago todo por mis wawas”. Sin formación y apenas experiencia laboral, tuvo que aprender el oficio desde cero. “Ahora ya sé muchas cosas, hago instalaciones de gas y arreglo las calles de la ciudad, pero al principio no sabía nada, todo lo aprendí mirando a los compañeros”. Su sueño es tener algún día una tienda de abarrotes y pasar tiempo con su familia. “Llego de noche y ya casi no los veo. Los mayores me ayudan (en los quehaceres), pero no como yo lo hago. A veces tienen mucha tarea y no se cocinan. Por eso hago la comida todos los días a las cinco de la mañana y después me voy a trabajar”. 
Fuente:La Razón

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