Foto: Alejandro Álvarez
La familia Paxipati preparó un lechón al horno, que adornó con una botella de cerveza en el hocico, para despedir el alma de papá Alejandro, quien también “escuchó” la música que apreciaba en vida. Así, con comida, bebida, rezos y música, los dolientes despacharon a los ajayus.
 Según la tradición, tras haber llegado el mediodía del jueves y “compartido” con sus familias por 24 horas, las almas se fueron ayer para volver el próximo año. En los cementerios de La Paz y El Alto y sus alrededores, miles de pobladores siguieron la tradición sin escatimar en gastos. 
“¡Esto es para ti Pabla!” se escuchó y la sicureada estalló. Los bombos, platillos y zampoñas del grupo Siempre Waras hicieron vibrar la parte norte del Cementerio General, donde están los pabellones de nichos. “Si no bailan, les voy a jalar de sus orejas”, advirtió a los presentes Edwin Conde, representante del grupo.
 Los jóvenes músicos provenientes de Alto Chijini ofrecieron, literalmente, una fiesta en los nichos de los difuntos cuyos familiares estuvieron dispuestos a pagar Bs 50 por el servicio, que incluía baile, silbidos y frases en las que se nombraba al ajayu.
Pese a la prohibición, las personas se las ingeniaron para meter a los composantos canastas, cajas y bañadores repletos de panes, cañas, bolsas de pasankalla, además de ollas de comida, botellas de gaseosas y la tradicional chicha morada. El control de la Guardia Municipal de La Paz y la Policía fue riguroso, para impedir el ingreso de bebidas alcohólicas.  
Al fondo de la necrópolis, familias enteras armaron mesas y repartieron platos de ají de arveja, chicharrón y sajta de pollo para los rezadores que llegaron de diferentes provincias.
  
“Es la primera vez que vengo, me han dicho que es lleno y que te dan muchas cosas”, contó Lorenzo Alanoca, de la provincia Ingavi, quien hasta el mediodía ya tenía medio saquillo lleno de frutas y panes.  
“Cada tres rezos es un plato y si lo hace bien lindo se le aumenta alguito”, dijo Margarita Carvajal, quien alistó un banquete para despedir el alma de su esposo y para las almas olvidadas. “Cuando hago esto me va bien todo el año, nada me falta y nadie me roba”, agregó. En otro sector, Toribia Araoz reunió a toda su familia para despedir el alma de su hijo. “La tradición dicta que debes venir a rezar por tres años seguidos y éste es mi segundo”, afirmó. Las familias se quedaron en el cementerio a “acampar”, armaron chiwiñas, si encontraban lugar, y no se fueron hasta no terminar de repartir todo lo que llevaron.
Tradición. Eran casi las 13.00 y la familia de la difunta Jenny Willis se dio por satisfecha porque no quedó nada de lo que prepararon en su honor. Este año se cumplió el plazo que dicta la tradición, pero su esposo Jhonny Gutiérrez le prometió a la foto de su difunta esposa: “Voy a venir hasta que me muera”.
El dolor de la pérdida del esposa o esposa, hijo, padre, madre o hermano se dejó de lado y, por un día, todo fue fiesta en el norte del cementerio, con grupos que llevaron hasta una mini batería como Suma Chuyma (Buen Corazón), que por Bs 50 ofreció una tonada que incluía sicuris, huayño, morenada y cumbia. Otros más económicos como Aymar Marka (Pueblo Aymara) cobraron Bs 25 por cuatro canciones. Para los más tradicionalistas existía dúos y solistas que cantaban las canciones religiosas para difuntos por Bs 15. Todo dependía del gusto musical que tuvo el difunto en vida.
En la parte sur de la necrópolis, donde está la mayoría de los mausoleos, las familias se limitaron a limpiar las lápidas y a cambiar las flores de los nichos, sin el alboroto, los trajines y los elaborados platos que se servían al otro lado. Pero la música que venía de la parte norte era difícil de evitar, más aún si al ritmo del bombo y los platillos se tocaba una morenada que decía: “...hemos jurado amarnos hasta envejecer... hasta morir de viejos... hasta enloquecer”.
  
El Alto. Con los acordes de la morenada Lágrimas de amor, la familia Ticona despidió el alma de sus padres Eugenia y Armando, en el cementerio privado Prados de Ventilla, de El Alto (ruta a Oruro). Ocho jóvenes tocaron zampoñas, bombo y tambor para recibir dinero a cambio de la interpretación de canciones, a pedido del cliente.  
Los hijos, además de panes, refresco y frutas, ofrecieron a los rezadores platos de lechón y chicha. “Queremos que las almas de mis papás se vayan felices. Les contamos nuestras penas para que se las lleven”, dijo Susana, la mayor.
Marcelo Barrios, líder del grupo musical Wiñay Chuymas, indicó que llegaron al cementerio a las 10.00 y hasta el mediodía habían ganado Bs 350. “Somos amigos de barrio y nos reunimos para ganar algo de dinero en esta celebración. A los dolientes les decimos que no tocamos por panes o bebidas, sólo por dinero”.  
En el camposanto de Santiago Primero, ubicado al sur de la ciudad de El Alto, el panorama era el mismo. Las familias llegaron cargadas de canastas, bidones y ollas para armar las mesas sobre las tumbas, mientras que de fondo se escuchaba una mezcla de ritmos musicales.

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Grupos folklóricos, bandas y acordeonistas se confundieron con los gritos de niños rezadores y las oraciones en susurro de ancianos que llegaron del campo.  
Diez jóvenes de la Señorial Coquetos interpretaron un mix de morenadas y cuecas, y luego pasaron a tocar música romántica de Leo Dan. De pronto, tres adolescentes se abrazaron y recordaron a su padre que falleció. “Mi madre se fue hace 15 años y mi papá le siguió el año pasado”, dijo Andrés Conde.  
A 20 kilómetros de la Ceja, al norte de la urbe alteña, se encuentra el cementerio de Villa Ingenio. Hasta ahí llegaron caravanas de vehículos cargados de comida y masitas. Un kilómetro antes de llegar al camposanto, se instalaron carpas y altares.
Macario Quispe afirmó que dentro el panteón es difícil hacer rezar, por lo que su familia decidió ocupar un espacio en la pampa donde todos colocaron t’antawawas, masitas, cerveza, gaseosas, alcohol, fruta y un plato de ají de arvejas para despedir el alma de su mamá Alicia Paucara.  
Después de rezar, Santiago Chura se sentó a un lado de la mesa del alma de Alicia, saboreó la comida y bebió de un vaso con chicha. 
Seguridad y tumba famosa 
Policía 
Más de 1.500 efectivos policiales dieron seguridad en los cementerios. El comandante Rosalío Álvarez dijo que hubo calma. 
Palenque  
La tumba del radialista y fundador de Conciencia de Patria (Condepa), Carlos Palenque, volvió a ser la más visitada en el Cementerio General. La fiesta se armó en las calles, pese a restricciones  
Wilma Pérez e Iblin Linarez  
Al no poder ingresar a los camposantos con bebidas alcohólicas, hubo dolientes que optaron por instalar sus mesas en las calles, donde dieron rienda suelta a la fiesta para despedir a las almas de sus seres queridos.  
Familias enteras, ahijados y amigos tomaron cuadras enteras de la zona Chamoco Chico para acomodar cada altar recordando a los que ya no están. Quienes querían tener un lugar exclusivo, sólo debían comprar un par de cajas de cerveza de las tiendas del lugar y así asegurarse el espacio.  
“Estamos esperando que los rezadores suban del Cementerio General, mientras tanto compartimos un platito y hablamos de nuestros seres queridos”, dijo Limber Calle, quien despidió el alma de su suegro José Paredes.
La cerveza se destapó de a poco y, entre las cumbias de Américo y tarqueadas, la gente iba y venía con bañadores llenos de masitas, pan y cajas de frutas. Las piñas se obsequiaron enteras y los platos se repartieron en raciones calculadas para cada rezador. 
Gusto. Una mesa muy visitada por los rezadores en la zona Chamoco Chico fue la de los profesores Marco Oraquerin y Amanda Chincheros, que murieron en 2011 cuando iban a Ventilla a comprar un vehículo y fueron acogotados. 
 Así se fue armando la fiesta en plena calle. “En el cementerio no dejan meter el trago que era el gustito aparte del difunto”, justificaba una señora.
Otras familias tomaron el parque de La Portada. Las retribuciones por oraciones fueron cerveza y panes. “Preferimos este parque porque en el cementerio de La Paz no permiten que se lleve comida ni bebida y la despedida siempre es con cerveza”, dijo María Aquice, en Chuquiaguillo.
En el Kilómetro 7, en el bosquecillo de Pura Pura, casi todas las mesas tenían a un lado cajas de cerveza y comida. “Sólo les damos a los que vienen a rezar una sajta y cervecita. Además es más para la familia y amigos”, declaró Jorge Gutiérrez, que junto a su esposa e hijos armaron una mesa para su hermano mayor. En La Portada, Kilómetro 7 y Chamoco Chico hubo a la venta cajas de cervezas 
La Razón 
Publicado el 3 de noviembre del 2012
Fotos: Alejandro Álvarez


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