El amor entre una estadounidense y un aymara en el pueblo peruano de Ácora dio como fruto a un niño, mezcla de dos mundos, a quien bautizaron con el nombre de Aymar, en honor a las raíces de su progenitor. A los dos años de vida, Aymar Ccopacatty Pike partió rumbo a Estados Unidos; allí creció, se educó y el inglés se convirtió en primera lengua.
Pero cuando Aymar cumplió 10 años, fue contagiado por las ganas de visitar Perú. Sus padres radicados en el estado de Rhode Island, decidieron que el pequeño conozca la realidad y la cultura del pequeño pueblo paterno. “Estuve un año en el pueblo de mi familia (paterna) y allí aprendí a hablar en aymara, también a tejer e hilar con mi abuelita”, recuerda el ahora joven de 32 años.
Después de esa vivencia, a la que Aymar califica como “un cambio brutal pero maravilloso”, retornó a Estados Unidos, donde terminó la secundaria y se internó en la carrera de Artes Visuales. Sin embargo, en su interior guardaba ansias de retornar y revivir aquella experiencia de la infancia, a ese mundo andino que parecía ya tan lejano.
“Volví a la ciudad de Puno (Perú) en 1998 y allí hablé en aymara a unas personas y me miraron medio extraño porque para los aymaras parezco extranjero”, relata el “gringo aymara”, como él mismo se define. Su barba, vestimenta y su apariencia mestiza, y el solo saber aymara e inglés, no le ayudaron mucho en Puno, donde no logró la aceptación de los comunarios. Ante lo sucedido, Aymar decidió emprender otro viaje para reencontrarse con sus raíces: probó suerte en Bolivia.
“Era como el inverso del indígena que tiene que aprender español. Era un gringo aymara que también tenía que aprender castellano”, dice este personaje que actualmente se comunica sin problemas ni interferencias en las tres lenguas. “Llegué a Bolivia, hablé en aymara y las personas me preguntaban por qué hablaba aymara, me lo decían con curiosidad y querían saber de mi vida y de mi historia. Me invitaban a sus casas con los brazos abiertos y ese corazón de Bolivia es lo que hasta ahora me da felicidad”, indica.
Pero Aymar no se dio por vencido tras lo sucedido en Puno, y hoy vive y trabaja en Perú, donde a través de su arte fusiona lo ancestral y lo moderno. A la par, este artista visual desarrolla un proyecto como promotor cultural, un emprendimiento de trabajo digital que tiene como protagonistas a niños indígenas aymaras, para que aprendan a manejar las nuevas tecnologías.
Texto: Liliana Aguirre La Razón
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