En las faldas del Cerro Rico, el viento es un bailarín más. Desde tempranas horas de la mañana del sábado 26 de enero, los mineros han ido llegando portando imágenes del Cristo de los Auxilios, más conocido como el Cristo Minero o Tata Ckac’cha, y las palliris, con la imagen de la Virgen de la Candelaria. Músicos y bailarines ponen intenso colorido al paisaje marrón y gris que, para el extraño, podría no ofrecer motivo para la alegría.  

Cristo crucificado y la Virgen María son parte central de la fiesta. El resto del año, reposan en algún lugar privilegiado en el interior de la mina. Dicen las creencias que ponen en raya al Tío, que será protector también, pero que tiene sus caprichos de demonio.  

Es el Carnaval Minero. La entrada, de la que hay referencias ya en el siglo XVII, no comienza si antes las imágenes de devoción no están cubiertas de flores y serpentinas, y no se ha hecho la tradicional ch’alla con cerveza o alcohol.  

La tradición de bajar con las imágenes en hombros por los difíciles caminos de tierra y piedra del Cerro Rico se está perdiendo; pero hay algunos mineros que cumplen el rito y músicos que los siguen.  

Las explosiones de dinamita dan la alerta. El público aguarda a los danzarines. Morenos, caporales, mineritos hacen su paso hasta llegar a la plaza 10 de Noviembre y dispersarse: cada quien se irá luego a las respectivas sedes de las cooperativas para seguir la fiesta, siempre acompañados de las imágenes de la Virgen y el Cristo, hasta las primeras horas del domingo. 
La Razón

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